Descubrimos hace tiempo al fútbol como la droga más eficaz del siglo XX. Producto que crea euforia elevando la autoestima, tanto individual como de rebaño y que, desplegando una violencia inevitable, impide que nos matemos todos, o por lo menos espaciar las matanzas, por enésima vez en la historia. 

El éxito de este singular deporte es la facilidad. Tanto de practicarlo, aunque sea mal, como de buscar su ubicación y provocar la identificación con el héroe. Sirve para hacer grupo en base a unos colores y cuando gana tu equipo, sientes un orgullo uniformado a rayas. Así como hay ciudades con equipos en primera o en segunda, hay países con mundiales o no. Y eso, dada la particular psique del hombre moderno, descreído y con vocación nihilista, le vale.

Si el pasado siglo, nuestro deporte cumplió su misión, vemos que en este que empieza, la droga tiende a la sobredosis. La Superliga del tío Floren, puede provocar la destrucción de ese milagro. Que el fútbol sea una ilusión de competición y gloria a convertirse en una mera casa de apuestas global, hay un paso. Y la diferencia es sobresaliente. Que unos presidentes financieros quieran hacer una liga VIP, clasista y con acceso de hecho imposible, cuyo máximo atractivo sea endiñarnos un «súper clásico» al mes que amañe, de nuevo, unas cuentas de resultados mafiosas, clama al cielo. Mayormente cuando toda esta farsa se hace apelando a la «salvación del fútbol», como vimos en lamentable entrevista del Chiringuito el otro día. Monólogo que fue tan patético, por cierto, como para hundir el invento definitivamente. 

Hacer una competición de esas características es un insulto a los sentimientos que genera el deporte, al espíritu que emana de cualquier competición, y el desprecio exclusivista de los equipos modestos. Sabemos, y eso forma parte de su encanto, que el fútbol es injusto, como la vida, es tramposo, como la vida, es incluso mentira, como la vida, pero no es de unos pocos millonarios que alegan una salvación global e interesada de los de abajo. 

Don Santiago Bernabéu, al que tanto se le alude, creó una competición que es justamente lo contrario de esta mierda. Y cambió el fútbol para bien. Y lo hizo porque amaba el deporte y, sobre todo, entendía lo que es la COMPETICIÓN. 

No dejen que estos tecnócratas especuladores terminen el juego. Sería una pena y yo, desde luego estaría fuera. Que se lo coman con patatas y se repartan sus copitas. No valen nada.

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