Vemos los debates con renovado hastío. Observando a sujetos que envejecen a ojos vista, no por el aspecto físico, sino por la repetición de sus chocheces. Aparecen entusiastas, como viejos actores repitiendo una misma cantinela. Los vemos, en fin, con ojos fríos, maltratados de pandemia artificial, cansancio de cuarto de estar, huyendo de las Rociitos de turno, que amenazan en canales vecinos. Es cierto que la tele se salva por el fútbol y las series de plataformas, pero ambos son regalos con papel usado que se abre con una ilusión estándar que, en el fondo, tampoco sorprende.
Observamos el debate de Madrid, porque es nacional, más nacional que las elecciones generales por el vuelco que puede dar al juego. Debate que en sí es flojo, flojísimo, que me abre incluso la nostalgia de aquellos debates que, siendo igual de malos, nos traen recuerdos de años cercanos y ya tan sepia cuando éramos menos viejos. Lo primero que me acuerdo es de un Rivera efervescente y acelerado, un fantasma premalú que se comía un mundo que diseño de mandarinas cuando vio el poder tan cerca. Pero Rivera no está y ha dejado un tipo gris, de sonrisa forzada, funcionarial y que repite con orgullo de mamá que es abogado del Estado. Le acompaña nuestra Ayuso, con gesto enfadado y belleza de mujer de época, con ese pelo ondulado cuya silueta haría las delicias de mi cámara de fotos e incluso de parte de mi corazón. Ayuso tiene gesto de amor platónico cuando se calma, y de fatal cuando se irrita. Lo tiene todo, vamos. La sobra el tontito de Casado, que lo mejor es que no aparezca por Madrid hasta el 4 de mayo. Le pasa justo al revés que Rivera con el huérfano abogado del Estado.
Aguanta nuestra Ayuso sin dificultad las embestidas de la mujer de Más Madrid con la que comparte vestido, cosas de marketing. Una chica que, todo hay que decirlo, me cae bien. Tiene un gesto doméstico de vecina amable, de esa que dices ‘es un poco roja pero maja, de verdad’. Nos cae bien porque puso en su sitio al macho alfa, al Marqués morado cuando saltó al vacío desde Moncloa sin capa esperando una red humana ansiosa de Mesías con pendientes. Pablo, Don Pablo, estuvo bien. Como siempre. Con diferencia es el más técnico de los sofistas posmodernos y sabe, por lo menos sostenerse porque se sabe la técnica al dedillo. Cosa que no pasa con el tío Gabilondo, lento con un minuto de retardo para decir algo. Modelo funcionaba con Tierno, que tenía aureola Hegeliana, pero se acabó. Caricatura que terminó con un ‘Pablo, Pablo’ como súplica patética y paterna.
Y así llegamos a la Monasterio. Punto de llegada y de partida. Pelo recogido, coleta de amazona y cuerpo a cuerpo. Sola. Como debe de ser. Porque su fuerza, la de su grupo es la soledad. La gran diferencia que, en poco tiempo, les dará el éxito provocando un copyright exclusivo cuyo triunfo no puede acaparar más que ellos.
No lo vi entero, ni la mitad, porque esto es insufrible. Rociito lloraba y lloraba cuando hacía zapping, lo cual me hizo pensar que lloraba por lo yo sentía en el debate. Fusión surrealista de impresiones.