Recuerdo la chapita magnética con la imagen de un santo. Estaba al lado del volante del R8, cuando los coches se identificaban con códigos de guerra naval. Estamos hablando del siglo XX, ya lo saben de sobra mi audiencia -lo digo por si se me cuelga algún logsista, que no creo-. El santo era San Cristóbal al cual se invocaba antes de cada viaje largo por toda la familia. Toda la familia, digo bien. Entonces ese concepto aludía a algo real que que cabía en coches que son las mitad de tamaño de los de ahora. Mucho más fácil para nosotros, claro, las familias Nucleares y con poca mezcla, algo así como los Austrias pero en guapo y con los genes mejor puestos. Pero aún así, los del baby boom entraban igual, desde bebés hasta abuelos maternos, quien manda manda, se acogían a la presencia de San Cristobalón.
Juntos entonaban oraciones de petición que les hacían convertirse en teloneros de Don Manolo Escobar en la cara A del casete que iba después. Hoy día 10 de julio me acuerdo del santo, sobre todo por un calor que facilita la entrada a la memoria. No he visto un San Cristóbal desde hace mucho. Un amigo muy católico me dijo hace tiempo que ahora el coche invoca a un tal «Ángel Drive», que era más práctico. Ante mí silencio, el tipo me dijo que te avisaba de los radares y tal. Ante mi estupor, se apresuró a decir algo así como que «hay que rezar a San Cristóbal igual». Claramente improvisaba ante la sorpresa de un viejo reaccionario como yo, al que le resultan inaceptables estas chorradas de ángeles Drives como sustitutos de esencias.
El conductor moderno, sobre todo si es «católico» aunque él mismo no sepa que no lo es, juega con estas cosas intercambiando santos con ángeles. No se dan ni cuenta de la importancia que tiene el cambiazo y te lo cuentan así, entre sonrisas chorras. Santos, ya sabemos, que hay demasiados en el santoral, no nos engañemos: quitando los inventados, míticos y la jerarquía posconciliar… quedan los Buenos. Y estos lo son, y mucho, porque un Santo es uno de los nuestros, especie humana que puede ayudar más que, por ejemplo, los ángeles. De estos últimos el tema está tan liado que, entre la lista angélica, los caídos, vigilantes y fieles y tal no hay forma de que te fíes de alguno más que Miguel, Gabriel y Rafael. Punto. Que un sujeto pseudocatolico, español mayormente, se fie más de un «einyel draif», -que es como lo pronuncian los que no tienen ni idea de inglés- que a un San Cristóbal, es una señal más de que aquí no hay solución alguna.
Ya lo sabíamos, no nos hacemos mala sangre, pero que no falte un día como hoy mi recuerdo y plegaria a un gran santo que tanto nos ha cuidado. Y nos cuidará.