Se ha muerto Georgie Dann y me quedo como el día que se nos fue la Carrá: cortado y pensativo. Parece mentira que dos entes tan energéticos, tan inmortales en su figura icónica nos abandonen así, tan de repente. Porque esta gente, se vayan cuando se vayan, siempre será «de repente», sin avisar.
La memoria que tenemos tanto de Georgie como de Rafaela, es de un movimiento perenne de caderas y vida, de artistas que han hecho su carrera desde la complicidad con un público que anhela entretenimiento. Concepto éste muy difícil de ofrecer y demasiado fácil de subestimar por los que van de «artistas serios». Se puede entretener una temporada, hacer bailar a ritmo de baile fácil, otra, pero triunfar durante una vida profesional, lo hacen muy pocos. No diré que Dann era mi artista favorito, ni mucho menos, pero reconozco con admiración que su trabajo funcionó con creces para un público fidelísimo.
Para mí, su música se destilaba en todo un ambiente de esos tiempos en que veraneaba en el sur de una España inocente, bronceada y sueca. En esos paisajes donde se había impuesto el veraneo como propaganda nacional. Y es que Dann inventó nada menos que la «canción del verano», o desde luego, la llevó a la cumbre haciendo partituras de carácter estacional con patrones de éxito. Cuando las teles privadas llegaron al circo mediático, se preguntaba ocurrente «qué será lo que quiere el negro». Pregunta, por supuesto, inasumible hoy en día por el puritanismo político vigente, donde el negro no es negro ni sabe realmente lo que quiere. En la noche era oír sus acordes y todo era cachondeo facilón en discotecas que ardían de yencas.
En fin, no diré que voy a añorar su música, ni siquiera voy a escuchar un último son, pero sí que voy a echar de menos su persona. Con respeto y gratitud.
Georgie Dann, DEP