No llegaban de la sala de musculación de ningún gimnasio VIP aunque tengan hombros anchos, tampoco beben rayos uva aunque estén bronceados… son, simplemente, hombres y mujeres de campo en marcha por Madrid. Pasean sus acentos puros de todas las lenguas hispanas con rabia pero con paz. Es una manifestación de gente de orden, tan alejada de los botellones ideológicos on the rocks que gastan las turbas de canalla encapuchada que solemos padecer en esas acampadas ninis que acaban consumiendo su «libertad» en llamas.
El pasado domingo tuvo lugar la manifestación más importante a la que he tenido el honor de asistir en esta última década. Un encuentro que viene a explicar todas los fisuras estructurales de un Estado hundido. La herida fundamental de España se encuentra en su piel, y de esa hemorragia, brotan todos nuestros males.
Así la tierra se hace presente en la capital, la invade como antes nos invadió un Sáhara nostalgia en robo humillante, con polvos y concesiones de traidores. Sería corto de vista, el hacer un análisis duro que abarcase la crítica simplemente contra este gobierno y la inflación puntual. No. Ni somos propagandistas de nada ni nadie, ni gracias a Dios, rendimos pleitesía a amo alguno. Sería facilón poner a parir a unos y absolver a otros de algo en que todos somos malditos.
Estamos hablando de una tragedia llamada «holocausto rural» o más suave «éxodo rural». Nos viene del siglo XX, cuando llegó la promesa infame del «progreso», «modernidad» y demás mitos. Las ciudadelas y barrios acogieron en falsas promesas a unos seres a los que se arrancó de sus raíces y entrañas. Las consecuencias ya lo sabemos: el encierro en laberintos de urbes multipobladas sin referente alguno, creando unas vocaciones forzadas para construir un tipo humano desnaturalizado, urbanita, clasista con sus antepasados, de género e irremediablemente perdido en el ruido de su fracaso. Este domingo no se trató de todo eso, claro, porque «eso» es la base y ya se intenta a duras penas frenar la punta del iceberg tecnócrata a lo que los socialcomunistas nos han llevado.
El campo, la tierra, la Creación en suma, ha sufrido tremendas violaciones por el poder, siendo las últimos rejones de muerte, el traje del «ecologismo» depredador y el vestido de la «pachamama» gilipollas. Actitudes ambas criminales que hacen gestionar a la tierra desde ámbitos ajenos a la misma: la política profesional o el paganismo. Nos da igual que hablen de la Tierra el ministro de turno o el Jefe de Estado Vaticano, traidores ambos al bien común y a la inteligencia, porque no dicen más que paridas y maldades.
Porque al final, señores, no hay más aristocracia que la gente de campo, donde cultura y agricultura, han descubierto la auténtica Clase y Orden natural que hoy, en ese fin de tiempos han sido suplantado por ese cáncer mental llamado «ideología». Ahora, desde la ruina material de una Creación agotada que no puede sostener a los suyos, la Tierra se encarna finalmente en Madrid tragándonos a todos.