Hoy se acabará marzo. 

Mes que compensa su cojera de una hora robada con una valentía de carácter revolucionario. Suele pasar que, frente a la usurpación de algo tan vital como es el tiempo, se produce un incremento de adrenalina, por cabreo mayormente. Así como febrero es brabucón asumiendo su bajeza de días, se hace ágil y consciente de su naturaleza haciendo de sus límites grandeza. Pero marzo tiene otra vocación. Teniendo 31 días, como el que más, acogiendo una llegada de estación y festejando a San Patricio, resulta que tiene una humillante hora de menos. 

Esa hora que, no solo atraganta al mes, sino a todo un pueblo que empieza a añorar la astenia. De ahí que ya de antaño se configura bronco, con ganas de una pelea que va del día 8 al 19 haciendo nada más y nada menos que guerra de sexos. Una guerra posmoderna a la que han unido otras más cañí, todas de hecho. De las tierras de Ucrania con ambientón de un 14 Europeo, a nuestra fuente de Cibeles donde hemos visto marchas más locales de bicolores y rojigualdas, donde se reivindican campos y territorios y final resurrección de una tierra muerta. Marzo si que nos ha dado la primera Pascua introductoria y una agenda inmediata de Cuaresma. Mucho más perfecta que esos panfletos dosmiltreinta que nos quieren felices sin tener nada. 

En estas semanas se ha planificado todo una década, local y real, y desde ahí todo serán casos particulares de la misma. La mejor noticia, sin duda es la Encarnación. Fecha que inaugura el parto del Verbo y que, por supuesto, pasa desconocida para el mundo. No pasa nada, antes vendrá la Pasión que será también ignorada. Es lo que tiene convivir con una Realidad que se infiltra en el mundo, que al final somos como las horas robadas, invisibles pero que se harán conciencia perturbando los sueños.

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