Mayo, esplendoroso de primaveras, sucumbe en un finde triunfal que lleva agonías de gloria. Y es que a mayo, o llegas luchando, o pillas una astenia que te deja tumbado hasta el ferragosto. En todos los órdenes. Si hay un mes que marca el resto del año, es éste. Con sus desequilibrios, bochornos para una consolidación de la primavera.
Este año mayo, con su espíritu mundano se nos ha desbordado en un día. El Madrid y el Pucela, dos de mis escasos ligamentos con el mundo se han desbordado de gloria. Y me han empapado a mí. Porque uno trata de ser espartano, místico, mantenerse aparte de esta mentira tan sabida cómo es el fútbol profesional… pero todos caemos. Al fin y al cabo no somos más que una especie caída pero con pretensiones y por muchos desayunos con diamantes, tenemos nostalgia de fango y multitud, griterío bajo el sol, desahogo de rabia y gritos, incluso capaces de aguantar el baile monoritmico, primario y desafinado de unos millonarios veinteañeros. Y lo hacemos con gusto, recreándonos en unas victorias como si fueran propias, personales, íntimas, haciendo nuestros los efectos de la droga social más exitosa. El fútbol produce estas cosas de las que, incluso siendo totalmente conscientes de su trampa, tragamos sin problema alguno.
El consuelo es que, usando el pensar, se pueden sacar frutos gloriosos tras el invernadero de la carpa mental que nos cubre la mentira. Celebrar, por ejemplo que el Real Madrid en su brillante temporada hace añicos a las ideas de tanto filosofillo analfabeto con caspa rancia que ha estado inundando el panorama de nuestro deporte desde el último tercio del siglo XX. Chulitos, dando la paliza con bondades de «posesiones», «vivir en zona», «tikitakas», «un juego bonito» que termins aburriendo a las ovejas… cuyo único fundamento, en el fondo es cubrir el fracaso con metáforas malas. Por ejemplo digo. O ver, por otro lado, que mi Pucela vuelve a primera división, que no es lo mismo una ciudad en primera o en segunda, mayormente porque la publicidad gratuita que da estar en la élite, es incalculable. Sin unos ejemplos que me da paz para encauzar el goce de este finde.
Pero no, no estoy siendo honesto. Estos ejemplos, por muy ciertos que sean, no sirven más que para justificar racionalmente un amor, de por sí irracional, como todos los amores que se merecen por otro lado. Mi amor oscuro es básicamente al fútbol y a todos los sentimientos que transmiten que, en buena parte, no adornarán a un santo.
Me identifico con todos ellos, desde la rabia hasta la belleza y el taco puntual de unas gradas que cobijan al sectarismo de un hincha.
En fin, que viva el Pucela, hala Madrid.
Y nada más.