El mundo virtual de mi infancia fue diseñado por muñecos, dibujos y payasos. El espejo televisivo nos ofrecía Mazinger Z, Rockefeller y Fofó, Comandos G, doña Rogelia y Miliki… en fin. Triada de ingenios con que se pulían las dos primeras infancias del personal, las únicas dos que han disfrutado mi generación; porque a partir de la transición, los españolitos engendrados y deseados habitan en biografías de infinitas infancias.
En la nuestra yo empecé con Fofo, crecí con los tebeos y sonreí con los ventrílocuos. Sujetos, estos últimos que me parecieron desde siempre un tanto extraños. Tengo la impresión de que la primera vez que los vi no me gustaron, no sé, quizá es que noté el truco enseguida, o no, quien sabe. En todo caso, tras esta primera impresión, valoré mucho a José Luis Moreno y Mari Carmen los dos divos del cotarro.
Disfrutaba más la chispa de lo que se decía, que los gestos del muñeco, la rapidez de respuesta de uno y otro hasta lograr meterte de testigo en la conversación. Me parecía un esfuerzo tremendo con la locuacidad de introducir el «doble sentido». Porque el show de aquellos ventrílocuos era de doble intención siempre: espectáculo apto para infantes por el muñeco y matriz adulta por la intención de la idea que, mayormente era política.
Mari Carmen se encarnó en Doña Rogelia y nos hizo encariñarnos con una anciana aguda y vista hoy… muy reaccionaria. Echamos de menos ese tipo se artistas, sobre todo hoy que el humor es orgánico, regulado y encima soez.
A esos artistas que alegraron mi infancia ofreciendo calidad.
Mari Carmen DEP