Me gustan las mujeres fatales, no puedo remediarlo. Las fatales con clase, claro, esa unión que forja el concepto de Diva. Estas criaturas que poseen el don de expresar una maldad generada desde los buenos corazones – maldad doblemente efectiva- forjada estéticamente con la educación exquisita de formas que nacen de los genes y se refuerzan en colegios y familias. La Fatalidad, con dichas armas, es totalmente letal contra un sujeto como yo, tan ingenuo y susceptible a la belleza exterior, neuronal y barroca de estas diosas.
Sé bien mis limitaciones – frívolo, bon vivant y esencialmente simple – y en mi credo, la belleza o es exterior o no lo es, y afirmo que sin fusión neuronal, carnal y trascendente las cosas no funcionan. Encuentro todo eso en la Fatalidad.
Escribo esto por Lauren, claro. Y no porque sea mi dama favorita – Sofía sigue ahí, mas viva que nunca en Nápoles, ignorante de que es dueña de mi corazón – . «Las rubias son menos pecado» dijo el poeta con increíble acierto que suscribo completamente.
Pero hay rubias y rubias. El triunfo de Ms Bacall es que sabía mirar, eso tan complejo y vital que, como el primer párrafo de los relatos inmortales, son vitales para el resto de la historia, la rúbrica primera que marca el destino. O se sabe mirar o no.
Observado desde esa mirada, casi hechizado, te digo: “Lauren, deatest, Rest in Peace y espérame con Bogie purgando rubio sin filtro en el bar al lado de la eternidad. Tomaremos mi último cigarrillo, one on the road, to Heaven.
Excelente homenaje a una excelencia rubia, de elegante saber estar en la pantalla.
R. I. P.