Nos dicen que ha fallecido el Káiser, Franz Beckenbauer y me he quedado helado. Será el frío de la Meseta o el contraste de después de comer los postres de la posfiesta.
No lo vi jugar más que en vídeos y me parece que fue el defensor con más clase que vi nunca. Me llegan imágenes de tele de los 70, donde comencé a ver fútbol y la vida con mayúsculas en el color de los sueños: el blanco y negro. Veo así jugadores de blanco alemán que jugaban contra naranjas mecánicas de Holanda. Ese partido, allá en el siglo XX, en mundial lejanísimo y legendario me llamó más la atención que ver exhibirse a toque de cabriolas con Brasil. Los brasileños eran un barroco excesivo del todo incomprensible y genial. Estos tipos eran un vals centro europeo, entre Hegel y Bach, contudente y muy pensado. Era la final del 74 y yo no veía más que coreografía y magia. Cruyff y los suyos danzaban en fútbol total mientras el equipo rival esperaba en puro orden y armonía. Un tipo de fútbol que tardé mucho, mucho en degustar, pues en esos años de juego bronco, barro, tanganas y melenas hipis, estos tipos hacían una excepción al juego.
“Arte es lo que hacen los artistas”, inicia Grombich su Historia del Arte. Estamos de acuerdo, pues el arte no nace de ninguna escuela, sino que alguien, individuo sin referentes, le da por desarrollar su oficio vulgar hasta la excelencia. Y entonces crea la escuela. Que un defensa camine como si fuera un 10, no se puede enseñar. O sale o no. Y cuando sale produce el efecto de cambiar el juego definitivamente porque el juego nace más atrás, el campo se amplia y estamos descubriendo otra cosa.
Franz Beckenbauer era eso, innovación y clase pura. Estética dentro y fuera del campo. Y para mí la estética, como bien saben, es la mayor ética. Lo siento mucho.
Franz Beckenbauer DEP.