El Papa Francisco se está muriendo, y quiero dejar testimonio de apoyo antes de que suceda el fatal desenlace. Principalmente porque considero más honestas las oraciones en vida, ya que sirven para interceder.
El padre Bergoglio ha sido el primer jesuita en acceder al papado, convirtiéndose en el último ícono de una Iglesia a la deriva, al borde de un cisma invisible: la apostasía «de hecho».
Hay cargos en la vida que no son fáciles, especialmente el oficio de Papa. Es un rol al que se llega ya muy desgastado, con una edad que supera la jubilación, y que exige representar algo tremendo e incomprensible dentro de una estructura de poder y control modelada en hierro desde hace siglos por un Poder mayúsculo.
Bergoglio tuvo un primer acierto al elegir llamarse «Francisco», un nombre de marketing brillante que extrañamente no se había escogido antes. Así, Francisco fue elegido con el objetivo principal de frenar la desbandada de fieles en Hispanoamérica, el continente más católico y bastión de la fe en la posmodernidad. Sin embargo, ante la inacción de la Iglesia, muchos fieles han sido seducidos, y con razón, por las iglesias protestantes. Lejos de contener esta crisis (bajo su papado se permitió el aborto en Argentina, por mencionar un dato), Francisco aceleró el desastre a nivel mundial al adoptar implícitamente la Agenda 2030, con la cual el mundo se dispone a organizarse para el combate final.
No culpamos a Francisco como el único responsable de la desintegración de la Iglesia, sino como un importante acelerador del proceso, pues llevamos en caída libre desde mediados del siglo XX. Desde el inicio de su papado, sospechamos que Bergoglio formaba parte de esos «católicos radicales» —según la terminología de Calleja Rovira— que, abrazando el progresismo, entienden que el catolicismo es importante porque encierra en sí mismo su propio final. Esto es pensamiento buenista, dialéctico-poético puro y duro, al estilo de Teilhard, es decir, erróneo. La consecuencia de esto es que, al intentar salvar el problema del Magisterio (de pensamiento opuesto), ha flexibilizado las pastorales de tipo ONG: pura praxis y nada más.
Por otro lado, Francisco ha sido el Papa que más ha hablado del demonio, un ente prácticamente desaparecido desde el Concilio Vaticano II. Este es un signo fundamental de una firme creencia en el Dios cristiano, el de la Biblia, porque si uno no cree en el diablo, no cree en Cristo.
A pesar de sus lamentables encíclicas, de la introducción de la «pachamama» en algunos rituales, de los surrealistas sínodos sinodales que pretenden obligar al Espíritu Santo a ser «demócrata» (último objetivo de la Agenda, por cierto), de la tolerancia al poderoso lobby LGTB que inunda el Vaticano, y a pesar de los truchos, sus besos y demás parafernalia que han hecho vacilar a un Espíritu Santo que hace tiempo no se pasa por Roma… A pesar de todo ello, hemos rezado y seguiremos rezando por Francisco.
Aunque sea por jesuita, que para bien y para mal es la orden en la que me he formado. No hay egos más grandes que en la Compañía, pero tampoco hay más talento fuera de ella. Rezamos, pues, por los jesuitas, para que vuelvan a encontrar el camino y la humildad. Un camino que, en el fondo, ya anticipó el gran Ratzinger, el papa precedente y teólogo, cuando profetizó que la Iglesia deberá reducirse a su mínima expresión para recuperar su esencia. De lo contrario, no podrá generar al católico místico y militante que, naturalmente, deberá ser una minoría testimonial y no una iglesia nacional. Ese es el camino y no otro.
Creer en el Dios cristiano es sumamente difícil, no nos engañemos. La misma fe en Dios es un don y un misterio. Punto. Como la música, ejemplo también tomado de Ratzinger: o se tiene oído, o no.
La Iglesia católica, en todo caso, no es más ni menos que un testimonio de fe y un regulador del orden natural, guiado por los sacramentos que llevan a Dios. Si no cumple esa misión, no es nada. Y el cambio de esa misión otorgada sobrenaturalmente supone la hecatombe si, después de Francisco, como me temo que sucederá, la Iglesia se convierte en el apéndice de «espiritualidad» de la ONU, con un esquema sincretista e incienso para todos. Porque aunque siga llamándose «católica», desaparecerá.
Como he dicho, es un puesto difícil para una vida difícil. Rezamos mucho por Francisco, en vida y en muerte.
Padre Jorge Bergoglio JHS, Papa Francisco