Bajo la atenta mirada de una luna aún sin pisar, los sueños empezaban a gestarse en campos de hierba con lindes marcadas de cal. Entre ambos espacios infinitos se posaba cada domingo una nube gris perla de tabaco negro modulando gritos de euforia lanzados al universo.
Estamos en los 50 en España, década rigurosa-y-preprodigiosa, nacida tras lustros en vela para madurar estabilizada en plan. Una década con licencia para empezar a soñar tras muchos siglos. En blanco y negro, claro, que son los tonos que destilan la mística de la imagen, sus rayos x. La tele ha llegado y nos muestra, con su nueva velocidad onírica, una guardia nueva, angelical y blanca que, desde Madrid, tiene la misión de reconquistar Europa a golpe de goles convirtiendo un pasto rectangular en un campo de sueños donde empiezan a brotar ídolos.
Lo lidera un presidente visionario que recibe en la estación a un enviado, que gasta abrigo largo, lleva una maleta de madera y fuma un pitillo. Viene de la otra España, forjado entre un Rio de la Plata gringo y un Bogotá de Millonarios.
Y así, la España ignorada, hace poco vacía de embajadores hipócritas, vuelve a inventarse, a su manera, seduciendo a la Europa hostil desde una mística blanca cuyos fieles no paran de entonar tras 5-copas-5 el «todos queremos más» incrustando en en el imaginario del siglo XX cambalache-problemático-y-febril, un tango madriles a ritmo de chotis eternoretornista.
Misión cumplida, actor de Union Films y retirada en Español de Barcelona cuando ya el cabello se terminó de esparcir por el mundo. La eterna saeta rubia, que gambeteaba en cualquier lugar del campo, se va haciendo nimbo en santidad de Olimpo.
Técnico y comentarista con acento cortante y porteño se reconoce en presidente de honor del mejor club del-siglo-de-los-siglos repartiendo honores y recibiendo nuevos cracks con su cachaba, cetro de mando, padrino de la historia.
Ahora ya es un poco mas inmortal. Gracias viejo.
Don Alfredo Di Stéfano DEP