El tiempo pasa cada vez más rápido y, como si no quiere la cosa, ya estamos a las puertas de las elecciones, a unas horas de la famosa “jornada de reflexión”. Ese día mítico-místico-laico donde todos los españoles se deberían meter en casa a reflexionar durante 24 horas y elegir con currado criterio la papeleta que fijará el destino de la Unión. Sabemos, en todo caso, que aquí eso no siempre vale, como en aquellas jornadas históricas donde se cambió un gobierno a golpe de pancarta en un día tan “mediáticamente reflexivo”.

 

No importa, como yo, ni voy a reflexionar mañana ni votar pasado, me adelanto unas horas para reflexionar en voz alta y compartir la experiencia de estos últimos días. Mañana, como bien saben, hay partido en el Olimpo y mi mente estará ocupadísima y casi en trance en el universo-fútbol.

 

Resulta que entre la Europa votada – que ahora se llama Unión – y la Piel de toro ensangrentada – todavía llamada España – hay una diferencia abismal. No entre Europa y España, como se suele decir, ya que España es Europa por definición y esos vocablos malvados de “Euroescépticos”, “Eurófobos” y demás ingeniería dialéctica deben aplicarse más bien a ese conglomerado complejísimo, distante y con mala y escasa prensa llamado Unión Europea. De hecho un nuevo término recientemente acuñado se ajusta más a la realidad que es: Europeístas críticos. 

Para acercar visiones entre ambos ámbitos no nos ayudan, naturalmente, los partidos de la tierra, porque van a lo suyo y hablan al personal como se grita en las corralas y se lo dan en discursivo a los medios que lo codifican aun mas y, al final solo queda, como siempre, un eslogan, un insulto, un chascarrillo, un mantra soez. Interesante, en esta campaña, ha sido el silencio abrumador que entre unos y otros, mass media y partidos, han cubierto la irresistible emergencia de las nuevas fuerzas que tanto dan que hablar en la calle y en las redes. Desde “VOX” a “Podemos” se abren dos cuñas fuertes, tensas para entrar en el juego nacional. No para destruir el cacareado “bipartidismo” hispano – mito que sí existe en Europa pero no aquí ya que sabemos que en nuestra democracia siempre han gobernado los nacionalistas, precisamente por no haber bipartidismo – pero eso es otro tema.

 

En todo caso, decíamos, huyendo del patio vecinal de olor a berza hemos tenido que subir a los palacios Madriles, sitos entre el cielo y el suelo a que nos ilustren del tema Europa y lo hemos degustado en dos sesiones magníficas de la mano de dos ex presidentes del Parlamente Europeo: José María Gil Robles y Enrique Barón. Arropados por europeístas civiles, militares preocupados y embajadores novísimos, se sirvieron suculento menús en el Instituto de Cuestiones Internacionales y de Política Exterior y el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

 

En palabras del moderador de INCIPE , «venimos a hablar de lo que nadie habla estos días, de Europa y del parlamento europeo». Claro, ese es el quid, palabras que abrieron la puerta a un diálogo con Gil Robles desde el concepto de Unión Europea como “construcción de solidaridades de hecho”, la labor del parlamento como instrumento para ese fin, el funcionamiento del mismo con los acuerdos absolutamente necesarios de los grandes partidos “porque si no, no se hace nada”, hasta los procedimientos de urgencia de las famosas votaciones del jueves por la tarde donde “solo quedan para votar un puñado de parlamentarios”.
Se habla y se pregunta en esos desayunos invisibles de las competencias del parlamento, pulsos con la comisión y futuros proyectos de financiación de la unión a dos velocidades y cambio en el sistema legislativo. Desde la importante labor de los lobbies y su funcionamiento hasta el recuerdo de la obligación de los estados de ayudar a cada miembro en el caso de problemas territoriales.

En fin, un diálogo que debería ponerse en tele o internet, como me decía un coronel amigo al lado. Pero no, nada. Salimos desayunados, ilustrados y técnicos de esa lección magistral para meternos a merendar en la presentación del libro Europa 3.0, con 90 visiones sobre Europa.

 

Con un enfoque diferente, más abierto a la sociedad civil y con el protector de estómago de la reunión anterior para saborear las ponencias, es aquí donde Enrique Barón abre un coloquio desde la defensa de lo que significa la Unión en la historia, recordando los versos de Valle Inclán inéditos donde, como corresponsal de guerra, describe el frente “desde la costa norteña a las montañas de la Alsacia” en lo que fue el “primer suicidio de Europa”.

 

Lo reafirma Gil Robles con su “Europa no se hunde” y su convicción de que no será “ni bolivariana, ni de las regiones”. 

 

Estas 90 visiones de Europa que forman el libro a presentar se resumen en paneles de jóvenes de la sociedad civil que nos abren el debate hacia diversas esferas hasta que llega la lúcida crítica y la famosa referencia al nivel de abstención que hábilmente despeja Gil Robles esbozando que
está al «nivel de Estados unidos». 

 

Se acaban la reuniones y vuelve la realidad de la calle, Madrid enfriado vestido con carteles rasgados, siguen las teles con su chusco embrutecimiento y su hastío repetitivo confirmando que de Europa no se habla porque, creo, que en el fondo la sensación de alejamiento de un establishment privilegiado y vividor no interesa. Sabemos que habrá abstención brutal y se votará para castigar, que es lo suyo.

 

Desde mi punto de vista y mi pequeño espacio aquí acabo con esto. Me hubiera gustado dar un especial de un tema que, en sí, es apasionante, necesario y nos implica a todos. Desde el Europeísmo crítico y la
españolidad, pero, por ahora, no tengo más formato. Alguno lo agradecerá, o no.

 

Ahora saltamos a la Europa real – o atlética – que empieza y termina en Lisboa, en eso nos centraremos, y el domingo noche, nos encontraremos de nuevo con este sarao electoral desde alguna sede que pululará entre la euforia y el silencio para aparecer en la tela dichoso diciendo que han
ganado.

En fin, eternoretornismo ibérico. Que ustedes lo disfruten.

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