Llegó San Valentín: el día oficial de la felicidad en clave de amor romance envuelto en corazones fucsia, reservas de menú especial en restaurantes a media luz, rosas de celofán y orgías para singles en busca de demolición sentimental. Allá en mis «british isles» era uno de los santos más populares en las fiestas, junto a San Patricio, of course – el jefe de la banda-. Bajo la coartada de ambos sujetos se organizaban tales fiestorros que, junto al hispano San Fermín podríamos escribir una trilogía tipo Decamerón mas paganizante que celestial.
Yo siempre he sido un tanto escéptico con esto de las felicidades forzadas, los días de la fraternidad universal, y cosas así. El mundo, desde su rostro mercantilista, zorro y bacanal ha secuestrado el santoral para hacer ecumenismo de caja desde la interpretación canalla de los personajes mencionadas. Por supuesto, a pesar de mi escepticismo genético, mi carácter bohemio y curioso me ha llevado a celebrar los tres eventos con exceso.
En esto de San Valentín las mejores celebraciones, claro, son las primeras veces como aquellas nocheviejas primerizas, cuando teníamos el pasado muy tierno, el futuro azul color Disney y todo era una ebullición de presente absoluto. Uno se ponía el traje dominical, la gomina e invitaba en un restaurante guay donde la ambigüedad de la mítica media luz animaba al susurro bajo la mirada efervescente de la rosa en el mantel y en compañía de otras parejas que se miraban fijamente entre la auto hipnosis y el deseo. El tiempo pasó tan devastador como los ciclones con nombre de mujer y una generación entera terminó procesionando al santo en fiestas de singles, «speed dating» o movidas de elección de parejas para colgados que van de mesa en mesa mintiendo sobre los valores propios y forjando ilusiones con calzador.
Entre tantos y diferentes formatos de amor, el resumen me lo comentó mi amigo Seamus, taxista de Dublín de forma clara y pragmático: «hoy es el día más triste del año porque cuando les llevo a casa al final de la noche, el 95% de los tortolitos -los taxistas son muy técnicos- van discutiendo a grito pelao. Los taxistas, como todo el mundo sabe, son la primera línea en información vital y junto con los porteros del barrio de Salamanca podrían hacer más que todos los servicios de inteligencia.
Y es que suele pasar que la noche empieza de gala y termina de luto, entre ambos polos de apenas unas horas las dos «cosmovisiones» masculina y femenina, como se dice ahora, se cruzan dardos y se ven las contradicciones. Ella tiene un cliché en el corazón que espera discursos que no llegan, compromisos que no se comprometen, prosa que termina en frase hecha y detalles que solo su imaginación anhela.
El, nosotros quizá, en fin, en ese realismo depredador y caliente del amor posible nos movemos en otra órbita. Sea como fuere, los grandes prejuicios tan disimulados por el insufrible discurso rutinario que difiere tanto chocan en una velada rápida que lo espera todo para terminar desesperando.
Ente San Valentín y las Noches Viejas se han fraguada la mitad de los fracasos sentimentales de una generación inmanente que no cree en eternidades. Hemos forzado la pasión cayendo en la trampa del mercado y yo en días como estos me quedo en casa leyendo sobre el amor a Stendal y Ortega, que, como bien reconocen, no tienen ni pajolera idea del tema pero escriben muy bien.
San Valentín, lo siento por él, queda como un cupido de tres al cuarto y me imagino desde arriba hablando con St Patrick poniendo a parir al personal del otro lado de la realidad y pensando en tomarse debida venganza por el mal uso de sus nombres.
En fin, dicho esto, a los corazones tiernos les deseo que disfruten, anyway.