Se llamaba Joan de Beauvoir de Havilland, casi nada. Un exceso de apellidos sonoros que se enlazan por preposiciones puede convertirse desde un collar de diamantes a una cadena fatal. Hilo donde está colgado, nada menos, que las ramas cercanas de un árbol genealógico que puede terminar ahogando.
El actor, en su trabajo de encarnar vidas de otros, tiene la redención de poder arrancarse los apellidos e inventarse a sí mismo. Ese parece haber sido el caso de Joan. Niña enfermiza y reñida con su hermana Oliva, – la chica favorita de mamá – que debía ser de armas tomar, algo así como la versión opuesta de Melanie en «Gone with the wind«, (papel, por cierto al que nuestra Joan fue rechazada).
Joan se independiza hacia la liberación del cine prefiriendo llamarse de inicio Burfieldhasta inmortalizarse en un estrellato llamado Fontaine, apellido que adopta de su padrastro.
En esa nueva vida sin grandes apellidos, tras comenzar con floja alegría en un musical con el gran Astaire y deambular por la serie Bse desarrolla mejor para papeles dramáticos destacando en «Gunga Ding» y compitiendo al lado de otras divorras muy hechas como Joan Crawford y Rosalind Russell en «The women«, haciendo un pequeño rol de Peggy Day, papel que no satisfizo las expectativas y obligó a no renovar el contrato con la RKO.
Sin embargo esta caída no fue más que un trampolín a la gloria. Dicen que fue en una cena con el todopoderoso David O’Selznick cuando mencionó el libro tan bonito que estaba leyendo, «Rebecca». El magnate la miró con ojos de dólar diciendo «I bought it today, will you test for it?»
Y todo cambió, se abrió el Destino imparable en la fusión perfecta entre la palabra y la dirección que son las puertas a la gloria que cobijan a los grandes artistas. Entre la gran novela de Daphne du Maurier a la perversidad de un genio llamado Alfred que entendía de rubias secas y de cine comenzó la leyenda de Joan compartiendo Olimpo con Sir Laurence Olivier.
No la abandona Hitchcock haciéndola casi agonizar en «Suspicion»con la famosa escena del vaso de leche portado por la sombra alargada y ambigua de Cary Grant. Por ambos trabajos fue nominada y lo ganó en esta última. Tras otra nominación en «The constant nymph» cambia el registro interpretando «Jane Eyre» con otro genio, Orson Welles con el que después se rencuentra en Otelo.
Mi favorita, sin embargo es «Carta de una mujer desconocida». Y lo es, por la misma razón que Rebecca, donde surge la misma alquimia que fusionan la gran literatura – Stefan Zweig – y una dirección magistral de, posiblemente, el director mas estilista de la historia: Max Ophüls.
A partir de ahí empieza una caída hacia la televisión y la radio participando en shows o series y la retirada hacia la familia y el hogar.
En ese entorno escribe su confesión autobiográfica «No bed of roses» donde el eterno problema con su hermana se documenta como una catarsis penúltima. Temporada donde casualmente fallece su madre, no es invitada al funeral y tras gestiones de cambios de horario aparece con su hermana tras amenazar con llamadas a la prensa.
Se nos fue de madrugada y me quedo con su obra y mi simpatía hacia su lucha por afirmarse. Lo dijo en el libro: «mi hermana nació siendo león y yo tigre. En las leyes de la selva, nunca pueden ser amigos»
Joan Fontaine DEP