Esta mañana en Madrid se celebró una de estas últimas.
Hace calor en Madrid, quizá la capital está caliente, enrabietada en este domingo duro, preludio de Difuntos y de Santos. Salgo de casa santiguado y con mi cámara ansiosa como un perro que ansía salir al mundo a desahogarse. Hasta Colón no hay distancia, apenas un paseo precioso que se guía por unas banderas al viento. Banderas y carteles con caras. Caras de gente que ya no está aquí. Son caras de personajes que posan con el orgullo de las primeras veces: hombres con uniforme militar, niñas con traje de comunión, niños que apenas saben posar… Son señales portadas por gente tranquila, sin más insignias que su bandera y su recuerdo. Les sigo y mientras el dedo de Colón indica el nuevo mundo, un estrado que pide JUSTICIA entre lazos negros me muestra el mundo que hay, el nuestro, el de aquí. El mundo enlutado de una España maquillada en colorines.
Hay gente mayor, matrimonios, chavales jóvenes, diversidad de acentos: astur, vascuence, catalán, madriles… todo declinado por las constantes del castellano y de la rabia. Esta última da un rictus especial a la lengua para otorgarla la lucidez y la síntesis. Se oye música y un animador que nos indica la gente que hay y de donde viene. Se para la música y los pasillos VIP se van nutriendo de protagonistas: una mezcla de víctimas y de prohombres se mezclan. Las primeras suben al escenario y los segundos posan y saludan. Posan y saludan en una sonrisa de dos movimientos: la de fotos y la de mirar al escenario.
Llega una rubia elegante en paso lento, con cadencia. Sonríes pero esta sonrisa es distinta, sube, se quita las gafas y habla. Isabel San Sebastián, belleza grave, doblemente bella empieza a cantar verdades sin aspavientos: ignominias, derechos humanos, horas, gobiernos, bolinagas, hojas de ruta… Hay un discurso mas allá de Estrasburgo y mas cerca de la pena que Isabel ha esbozado. El establishment aplaude y sonríe en sus dos miserables tiempos este discurso que se va de un guión previsible. Este discurso que reclama Justicia va mas allá del último episodio de Estrasburgo.
Tras de ella habla la carne y el testimonio: el sentimiento encarnado de aquellos que hablan de supervivencia propia o de ausencia. Hay dolor, familias rotas por terroristas en lista de espera a ser hijos predilectos de sus aldeas de sangre. Habla un testimonio sin palabras esdrújulas ni retórica. Habla el dolor y el anhelo de lo que no hay. Los aplausos se los llevan todos pero rujen cuando se menciona la Guardia Civil, el cuerpo humillado por excelencia.
Pasa la mañana con un sol que ilumina azules en rojigualda, la concentración de esos que son «fascistas que afilan armas». ¿Son estos, pienso?
Otra mujer rubia aparece para cerrar el acto: Pedraza, presidenta que en último gesto menciona bastiones y últimos de Filipinas, el corazón último de una España en coma que sigue latiendo. Quizá casi de milagro.
Suena el himno y se unifica el silencio. Silencio que se hizo coro entre discursos para entonar una verdad incómoda para el engranaje de esta farsa en la que se está convirtiendo el ya falso sistema democrático. Voces contra el gobierno y su partido, aquel que estos días mandada «guasaps» urgentes a militantes para ir a apoyar «como siempre» a las víctimas a escupir contra Estrasburgo e ignorar hojas de ruta y bolinagas –que no fueron sacados por ningún tribunal humano, by the way…-
Se acaba la mañana sin cargas a la policía… ni actos de violencia… ni disturbios… Se acaba la que tenía que haber sido –y lo es – la concentración mas importante de la Democracia Española, vaya quien vaya.
A cuatro días del Dia de Difuntos y Día de Todos los Santos, quien, católico o no, no haya comprendido lo que significa la Comunión de los Santos… hoy lo ha podido hoy en la Capital del Reino de España.