Este domingo se celebran en Madrid 3 carreras simultaneas: 10k, media maratón y… la Reina del Fondo. No estaré este año pero lo conozco bien porque he vivido y renacido en ese infierno maravilloso que es el Maratón. Esto fue mi primera vez, el que lo probó lo sabe.
PRELUDIO
El domingo dormí poco y con nervios, despertado cada hora por la incertidumbre para recordarme la gran cita. Desayuno como en las grandes ocasiones: temprano y con mucho esfuerzo. Apenas termino voy al baño a vomitarlo. Los nervios se hacen cargo del estómago y para distraerlos me voy a la habitación a prepararlo todo en un ritual de concentración, soledad y silencio.
Los alrededores de Trinity College están hasta arriba. Han llegado de todo el mundo y el ambiente es de fiesta. Digo que han llegado de todo el mundo como si yo fuera un isleño, que cosas. Bueno, de hecho en la inscripción aparezco con nacionalidad irlandesa, estamos bien. Los nervios van desapareciendo mientras me mezclo con los más de 10,000 camaradas dispuestos a la heroicidad. Se me empiezan a olvidar los problemas, no quiero recordar que no lo he hecho nunca antes ni que no estoy bien entrenado. Cuando la historia puede ser una losa es mejor sustituirla con ánimos. Caliento despacio y a las nueve en punto los altavoces comienzan a rugir: ¡¡Bienvenidos a la 27 edición del maratón de Dublín!!
PASEO CON VISTAS
¡¡Yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!! Un grito tremendo se hace cargo del grupo y todo el entusiasmo despega desde la salida. Yo sé lo que tengo que hacer y no dejo que la alegría ni los aplausos me aceleren. Eso se paga muy caro luego. Los ánimos van a ser muy necesarios en la parte final, no ahora. La táctica es clara: las dos primeras horas muy tranquilo y la tercera a disfrutarla acelerando un poco. Después de ahí hay dos posibilidades: que me queden una o dos horas más (realmente hay una tercera opción pero mi optimismo me impide tenerla en cuenta). En ambos casos no se qué hacer porque nunca he corrido más de dos horas en mi vida. Por tanto tranqui porque será la hora del instinto y solo entonces sabré que hay que hacer. Esta es la planificación de carrera, que bien podía haber sido firmada por Forrest Gump más que por un atleta serio, pero bueno, cada uno tiene sus limitaciones. Para mi cerebro esa planificación es realista y buena. Cuando algo es desconocido hay que cuadrar la mente y dejar que la cabeza rija. Una vez confiado, el instinto tomará el mando.
CALENTANDO MOTORES
Bonitos paisajes. Dublín saluda a los corredores: las familias salen de sus casas y los alternadores nos saludan desde su pub con la Guinness en mano como una bandera líquida. Se ve alguna pancarta internacional y algún corredor peculiar vestido de Superman, los Increíbles, monje budista, vividor, drag queen…. Son dos horas de sosiego y tranquilidad. El cuerpo pide más y se acelera con los aplausos y el progresivo calentamiento. El cerebro impone sus órdenes, toma las riendas de nuevo y recuerda que falta mucha carrera y que no se sabe qué va a pasar. Bebo mucha agua y bebidas con azúcar, todo bien, la euforia va creciendo y empiezo a pasar a gente.
LA PRUEBA
Entramos en la tercera hora. Esto va a ser clave en la carrera, acelero alegremente y vivo el momento sublime de la fusión de las piernas, pulmones, cerebro, ánimo y entorno. Esta hora es inédita porque nunca antes mi cuerpo había estado corriendo durante tanto tiempo. He soñado mucho con esta hora y por una vez se demuestra que mis sueños son coherentes. Este estado idílico se acaba en 45 minutos. De repente el cuerpo se empieza a derramar en dolor. Posiblemente la pena empezó antes pero las energías la ocultaban. Aprendo que voy a correr la mitad de la aventura con dolor. Como la vida. Cuando la mente más a gusto está con la carrera y el cerebro se adapta es el cuerpo el que pide clemencia. El dolor comienza en los dedos de los pies, sube por las piernas, se recrea en las rodillas, avanza hacia los glúteos y expira en la espalda y en la nuca. Toda una epopeya, una expresión sublime de comunicación. No importa, porque bajo un poco el ritmo, respiro en orden, me hago cargo de los síntomas y sigo el ritmo. El cerebro dice que vamos bien, que podemos acabarlo bien, “no problem”.
Pero aparece la de siempre, la ambición vestida de “femme fatale” para reclamar que podemos acabar en 4 horas, que incluso si apretamos un poco en menos. Esto era una utopía antes de empezar pero la voluptuosa dama seduce con besos imaginarios de aplausos y gloria.
El cuerpo se convence y empieza a sufrir en silencio para que no se note.
AGONIA Y GLORIA
Una hora, si acabo en una hora me hago un monumento para el resto de mi vida, me destierro la tristeza de un golpe y me esculpo de serena euforia para todos los otoños que me quedan. Una hora. Las millas van cayendo y el cuerpo reanuda el discurso: ya no hay batería, se acabaron las provisiones, de verdad. Pesan las piernas pero la cabeza sigue alta, altísima. Sale el sol sin avisar y los isleños enrojecen como gambas confusas. La carretera arde y se empina a intervalos de vértigo. Muchos corredores bajan los brazos y comienzan a caminar con yugulares temblorosas. Es como pasar entre mutilados en el medio de una batalla. Yo estoy como ellos pero sigo el ritmo y miro el reloj con ansia, con locura e impotencia porque no puedo más. Las millas caen poco a poco, muy poco a poco y no creo que pueda hacerlo en menos de las 4 malditas horas. Las cuentas no salen y el orgullo toma las riendas con urgencia.
Entramos en Nassau St y aparecen gritos y besos, ánimos y nombres. No oigo el mío por ninguna parte. Daría mi vida porque una mujer gritase mi nombre en ese pasillo. De repente oigo en español: “¡¡Vamos, vamos, sigue!!” Vuelvo la cabeza y una chica me mira fijamente, me resulta familiar pero no se dé que. No conozco a españoles en Dublín. Me hubiera gustado sonreírla pero no tengo fuerzas.
La calle se estrecha y los gritos empiezan a abrumar. No hay piernas, ni cuerpo ni mente ni nada. Me deshago en el instinto del aplauso y llego a la recta final que se cubre de sol y gloria. Acelero con todo lo que me queda y pienso en la cara de mis padres cuando las lágrimas me explotan por dentro mientras me dejo embestir gritando como un potro de amor y rabia en la puerta final que lleva a la autoestima.
Excelente, Almirante.
Un bravo hidalgo español por las calles dublinesas se sobrepone al dolor y a la fatiga para coronar eléxito de cruzar la meta.
Enhorabuena y gracias por habernos permitido vivirlo en ti.