Se acaba el túnel y el mundo se hace blanco, lienzo concentrado de infancias y recuerdos. El cartelón nos da la bienvenida al Principado comenzando otra leyenda de túneles “negrones” donde va despertando el tiempo acumulado para recobrarnos la memoria hasta llegar a nuestro destino y vernos, eternoretornistas, como somos, hemos sido y seremos.
La inmortalidad nos riega así con un orbayu que se destila en una primera sidra, tras aparcar cerca de una Zapatillería que se desploma. Caminamos entre paraguas y maletas al hotel, saludando a una recepción que siempre nos espera con el mismo gesto. Apenas entrar y ya salir hacia el Instituto Jovellanos, enfrente de un Sagrado Corazón imponente y blanquísimo en su reinado. Muestra de bicicleta antigua en el patio de entresemana y aula magna donde veo al gran Antonio Iñiguez preparado para mostrar su última creación. Nos presentamos con un abrazo fraternal de doble palmada, en este rincón de presentaciones donde, ponentes y presentador, se acaban de conocer. Sala azul, ateneo de provincias, fotógrafos locales, mujeres con paraguas que entran curiosas, bellezones que se dejan mirar y quieren una foto con Norman Roy, legión de dandis que aparecen con barbita de Larra y pañolones de colores vivos, zapatos de pico, escenificando el desdén maldito y estudiado de poetas de la ciudad.
Iñiguez juega en casa, está suelto saluda al cariño que le acoge como un guaje de todos. Distingue entre la abstracción sublime de la poesía y la concreción del aforismo, dos formas de atajar el pez vivo y resbaladizo de la realidad. Recuerdo a Don Amando de Miguel, barba omnipresente en formación y tutela, para recordar qué es eso de escribir y lo que hace falta: experiencias y lectura. El aforismo es un arte, sin duda, y me viene a la mente mi maestro Nietzsche que en su bendita locura transmutó la realidad con un martilleo demoledor de verdades comprimidas en párrafos, como granadas lanzadas a la matriz de occidente. Iñiguez tiene chispa y ocurrencia y, a buen seguro, en la síntesis del instante vital destila verdades en párrafos que ya son celebrados de memoria por el auditorio.
Salgo antes de tiempo oyendo los aplausos, eco de casino local colándose entre los radios de las bicis de museo, gloria de matador con triunfo en casa. Afuera espera mi lluvia que me riega hasta la playa de San Lorenzo, donde bajo a fotografiar la misma foto de cada año durante años y observar, mi aforismo visual que me lleva desde un reflejo invisible a la desembocadura en la poesía del Reino de los Cielos con el río Piles.